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Autoengaño

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Autoengaño

4 de Septiembre del 2015
Publicado por Grupo Reforma

¿Pero cómo siendo tan inteligente pudo haber tomado esa decisión? ¿Acaso no ve lo que tiene enfrente? ¿Si todo mundo lo sabe, por qué no lo sabe él? ¿Qué le pasa? Lo que le pasa es que es un humano y su sistema de toma de decisiones es inevitablemente defectuoso.

Está inflada la concepción de que los humanos somos seres racionales. A la hora de las decisiones, el complejo va por delante. Y no sólo el complejo, también se anteponen a lo racional elementos como el instinto, la protección del ego, los sesgos, la falta de sensibilidad al entorno y la ceguera personal, entre otros.

Esta conjugación de lo animal con lo humano nos lleva a reflexionar sobre hechos como el comer, en medio del lujo y el sonido del piano, un pedazo de cadáver mutilado, con hueso y sangriento (rib eye termino medio) mientras conversamos sobre el existencialismo.

En un intento por entender al enmarañado cerebro, aquí dos tesis:

A. Hay dos sistemas de pensamiento y toma de decisiones: El sistema 1 que es rápido, intuitivo y emocional, mientras que el sistema 2 es más lento, deliberativo y lógico (Kahneman, Princeton).

B. Hay “tres tipos de cerebros”: el cerebro reptiliano, que compartimos con los lagartos; el cerebro límbico, que nos asemeja a los mamíferos; y el cerebro cortical, que alcanza su máximo exponente en el ser humano; estos tres niveles pueden ser fácilmente apreciados en la secuencia del desarrollo cerebral evolutivo (Paul MacLean).

Naturalmente que ambas son modelos didácticos. Lo relevante está en el proceso de toma de decisiones. Ya sean 2 sistemas o 3 cerebros, el caso es que los componentes simultáneamente interactúan y hasta cierto punto compiten para predominar en la decisión. Resulta muy difícil entonces tomar una decisión utilizando sólo los centros de lógica. De ahí que predominen las decisiones impulsivas y prejuiciadas.

Considero necesario agregar la variable del subconsciente: no porque alguien se tome más tiempo deliberando sobre una decisión significa que va a acertar. El autoengaño es el precio que se paga para tener este nivel de consciencia. De ahí que la lucidez reciba embates constantes de racionalización, negación, deformación de información y de esquemas compensatorios que hacen irracional a la toma de decisiones.

En nuestra inteligencia nos inventamos historias que sean compatibles con nuestras ideas o premisas iniciales; descontamos lo que no “nos cuadra”; cuidamos al ego a costa de reducir la objetividad y finalmente, como si fuera un diseño maestro, la parte fallida la ocultamos de nuestra consciencia, es decir, la hacemos inconsciente.

Todos tenemos complejos y “zonas ciegas”. Los complejos son un ejemplo fascinante: “intervienen con las intenciones y la voluntad del individuo; afectan el desempeño consciente; producen disturbios en la memoria y bloqueos en el flujo de asociaciones; aparecen y desaparecen según sus propias leyes, como seres independientes” (Jung).

Los tomadores de decisiones, sobre cuyo juicio y lucidez dependen el retorno de activos e inversiones, fuentes de trabajo directas e indirectas y el camino que determina el futuro, tienen que tomar en cuenta al autoengaño como algo natural e inevitable en las personas.

No tiene por qué inspirar miedo e inseguridad, tampoco debe ser satanizado, o peor, negado. Tiene que ser tomado en cuenta y por eso son importantes los contrapesos: los consejeros, los directivos que dicen lo que piensan y los clientes que en la cara te gritan las fallas, entre otros.

horaciomarchand@marchandyasociados.com

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